lunes, 29 de octubre de 2007

La conducta humana.

Los molinos corren a favor del viento, intentando escapar de ese quijote que insiste en perseguirlos sin piedad.

Novela X

Cuarenta y cuatro.
Aunque viviera doscientas vidas, no me alcanzarían para contar todos tus lunares. Pero si ese es el tiempo que necesito, lo acepto gustoso: doscientas vidas con tu cuerpo en mis manos, doscientas vidas con tu cuerpo en mis labios.
Si tuviera doscientas vidas para contar los lunares de tu cuerpo, repetiría doscientas veces el truco de Penélope y reiniciaría la cuenta una y otra vez, vida tras vida, así quizás podría extender el tiempo, y en lugar de doscientas, podría optar a trescientas o cuatrocientas vidas contemplando embriagado tu esplendorosa desnudez.
¿Cuánto tiempo son cuatrocientas vidas? Si calculamos a setenta años por cada una, tendría casi treinta milenios para gastarme los labios, recorriéndote.
Treinta milenios… Aunque, por lo pronto, me conformo con poder verte mañana.

Cuarenta y cinco.
Cuando estás a mi lado, basta con que cierres los ojos para que escale tus cerros y habite tus valles. Cuando estás lejos, sólo me queda cerrar los ojos e imaginarte aquí.

Cuarenta y seis.
Hoy cumpliría treinta años uno de mis mejores amigos de juventud. Pero hace doce años se cansó de cargar con el peso de su cuerpo y decidió colgarlo de un parrón para descansar. A tu salud, amigo, bebo estos vasos de ron con frutilla. Procedería a hacer las libaciones correspondientes por tu cumpleaños en ausencia, pero sé que no aprobarías que derrochara de ese modo el alcohol, entonces me tomo tu cuota y la mía.

Cuarenta y siete.
Esta casa sin ti no es más que una oficina, el lugar donde trabajo y duermo un par de horas para continuar.

Cuarenta y ocho.
Sentado frente al computador, intento terminar de escribir la obra que lleva semanas pendiente. Pienso en el rol del teatro y del dramaturgo. Pienso en frases para el bronce: un verso en el teatro debe ser como una palabra en la página en blanco, debe sobreponerse a la inmensa fuerza del silencio, cada frase en sí misma debe justificar el llevar a escena la pieza completa, cada imagen generada debe poseer la fuerza de un relámpago: fugaz y estremecedora, indiscutiblemente arrolladora. Müller decía que para la sociedad el teatro debe ser el placebo de la revolución. The shadow in the end is no better than the substance, comenta Beckett. ¿Somos sólo esa sombra que en sus delirios de grandeza pretende marcar las pautas de lo que vendrá, o somos la insípida revolución de tubo de ensayo, en escala microscópica, que no hace más que proteger el status quo, perpetuando los órdenes establecidos mientras genera en los espectadores una ilusión de libertad? ¿Qué fue de “los bandoleros” de Schiller y esa turba de jóvenes que salieron a los caminos creyéndose Robin Hood? ¿Qué fue de Goethe, el responsable de cientos de suicidios inspirados en el tumultuoso amor juvenil? ¿Qué fue de aquél que terminó con las odiosidades familiares al exponer las consecuencias de los enfrentamientos entre montescos y capuletos? ¿Dónde están los ojos de Edipo, que se vaciaban en las páginas de Sófocles, o las entrañas de Prometeo, aquellas que todos devoramos gracias a Esquilo? ¿Quién es capaz de sacrificar a su hija cómo lo hizo Agamenón? ¿Qué hemos hecho del teatro? ¿Qué hemos hecho del hombre? Construimos castillos en el aire que nadie habitará. Lanzamos botellas al mar con mensajes que nadie leerá. Fabricamos metáforas indescifrables. Pero, ¿qué otra cosa podemos hacer? Somos como Juan en el desierto. Somos Ariadna abandonada en la isla de Dionisos. Somos como Casandra. Y escribimos a pesar de todo. Escribimos porque no podemos hacer otra cosa, escribimos aunque nuestras cabezas puedan terminar en una bandeja de plata.

Cuarenta y nueve.
Afuera suena un disparo y al rato veo el reflejo de las balizas que inundan de rojo todo el departamento. Comprendo, de pronto, que el mundo sigue el rumbo que quiere tomar. Termino de un trago el contenido de mi vaso y me dispongo a meterme en la cama. Todo está bien, me digo, en el mundo todo está bien. Sólo hay un pequeño detalle: tú no estás en mi cama. Y eso es suficiente para hacer tambalear por completo el orden del universo.

viernes, 12 de octubre de 2007

Canción......

Escribí esta canción hace un par de días para BOXEADOR, la dejo para los hambrientos que visitan esta cosa y para matizar tanta novelita autoreferente..........
Ah!!!!! Y como dicen en TV: cualquier semejanza con la vida real, es sólo coincidencia.

CANCION:

(Recitao.)
Entre el querer y el deber
Elijo por lo que quiero
Y si por eso me muero
Será lo que tenga que ser.

(I)
No quiero morir de viejo
Yo quiero morir viviendo
Si en vida tuve tus besos
Muero contento por eso
Que habiéndote desvestido
Mi ciclo ya está cumplido
Que al ver tu cuerpo desnudo
Renuncio al resto del mundo
Que por tenerte en mi cama
Ya puedo morir mañana

(Coro.)
Esa boca tuya me envenena
Ya me muero, estoy envenenado
Ya me pongo el pijama de palo
Soy fantasma que carga cadenas
Ya me voy pal patio de los callaos
El infierno me está esperando
Ya no quiero ser tus patas negras
Ya no puedo más con tanta pena
Al olvido ya estoy entregao
Derechito voy pal otro lao
Voy feliz, de tí me he enamorao
Voy contento, pues ya te he besao…


(II)
No quiero morir de viejo
Yo quiero morir contento
No quiero morirme solo
No quiero morir de a poco
Y si tu cuerpo es veneno
Por él, feliz, me condeno
Si es que tu beso es desgracia
Desgraciada sea mi casa
Y si muerte hay en tus ojos
Yo mismo excavo mi foso

(Coro.)
Esa boca…

jueves, 11 de octubre de 2007

Cuarenta y tres..........

Tengo los ojos cafés, las manos rojas y una infinita capacidad de cometer estupideces. Lo siento.

martes, 9 de octubre de 2007

Novela IX


Treinta y ocho.
Si cada día tuviera un olor, los domingos olerían a gris. Claro que esto es una estupidez, ya que los colores, como los días, tampoco tienen olor. Salvo quizás el naranjo, que huele a naranjas. O el rojo, que huele a tomate, o a sandía, o a un tronco quemándose en la chimenea de la gran casa de playa de la infancia. El rojo es el color de la infancia, o al menos de la mía, con todos los olores que se pueden asociar a ese color.
Si cada día tuviera su olor, los domingos de la infancia olerían a kuchen en la casa de la abuela alemana; los domingos de la adolescencia olerían al encierro del viejo cine de la calle Tarapacá; los de la juventud, tendrían el olor del almuerzo familiar en casa de los padres o de los suegros de turno; los de hasta hace poco, olían al café de grano con los huevos fritos del desayuno, olían a tierra mojada y a las manos impregnadas por la savia y los jugos de las plantas y arbustos podados en el jardín, olían al carrete de la noche anterior, a veces olían a cera y lustra muebles, algunos domingos de invierno olían todo el día a cama y pizza con coca-cola, mientras sonaba la cultura entretenida en la TV. Hoy, casi todos huelen a gris. Con matices, es cierto. Pero, al fin y al cabo, gris…

Treinta y nueve.
Entre un domingo y otro: tu cuerpo multiplicado por seis.

Cuarenta.
Todavía hay veces en las que me invade la nostalgia. Todavía hay veces en las que pienso que la veré más tarde. Todavía hay veces en las que al salir de casa, antes de cerrar la puerta, descubro que el dedo pulgar de mi mano izquierda busca en el dedo anular de la misma mano. Todavía hay veces en las que me sorprendo cuando no encuentro el anillo que antes nunca faltó. Y me sorprendo cuando, por un segundo, tiendo a devolverme para buscarlo. Todavía hay veces en las que me siento tentado de tomar el teléfono sólo para saber cómo está, pero ya sé cómo terminaría aquello y para qué escarbar las heridas si de estas cenizas ya no volverá a brotar fuego. Todavía hay veces en las que me estrujo el seso pensando en que la mayoría de las personas lucha toda su vida y se conformaría si al final consiguiera sólo un décimo de lo que ahí tuve, y yo, que lo tuve todo, fui incapaz de permanecer. Es fácil confundirse en la comodidad de una vida relajada, en la certeza del amor del otro, hasta llegar a tranzar y olvidarse de los motores originales, apoltronándose en el mullido aburguesamiento del saberse amado. Pero cuando se ha ido lo importante, nada de eso es suficiente.
Y hubiera sido más sabio evitar los torbellinos, las conversaciones mutuamente inquisidoras, la dureza y el filo de palabras dichas sin pensar, palabras de las que me arrepentí aún antes de terminar de decir, pero que ya se habían instalado como marco ineludible para lo que continuaba de la conversación. Y aunque había que dejarlo todo lo suficientemente claro, cerrando cualquier puerta o ventana que estuviera entre abierta, hoy corroboro que su premisa, don Tomás, es absolutamente falsa, inhumana y fascista, puesto que ningún objetivo justifica medios injustos ni cuchilladas a traición.
Creo que empiezo a sonar con la autocomplacencia de un libro de auto ayuda, qué asco…
… Pero, ay, caray, es domingo y es inevitable.
Sólo sé que, si pudiera, me tragaría los kilómetros y kilómetros de palabras mal dichas, una por una, quizás así hubiera escuchado su voz al otro lado del teléfono el día de mi cumpleaños y no tendría que haberme conformado con un escueto mensajito de texto del que ni siquiera entendí el final, pues a pesar de que el camino transitado ya es historia, no deja de parecerme cruel que tengamos que resumirla en los 160 caracteres que permite el celular… 16 letras por año, ¿ese es el saldo final?
00:06, ya es lunes. Me voy a dormir.

Cuarenta y uno.
Escribir esta pseudo novela es mucho más barato que un psicoanalista. Y más cómodo, pues no necesito pedir hora…

Cuarenta y dos.
Y me acuesto acompañado de tu olor y con el peso de tu cuerpo que aún se dibuja sobre mi cama, es casi como dormir contigo.

sábado, 6 de octubre de 2007

Paredes que hablan...


Cuando se traman secretas conspiraciones suele decirse que las paredes escuchan, pero cuando se trata de desenmascararlas, éstas pueden gritar con la fuerza de mil pulmones:
Las murallas murmuran lo que las bocas no se atreven a gritar…
La mayor y más democrática de todas las editoriales son las calles, los asientos de las micros, los baños públicos.
Póngale nombre al pico…
Jonathan y Briggitte, se aman por siempre.
Juanito, vuelve a casa, ya te hemos perdonado. Tus padres.
Cambio moto chocada por silla de ruedas.
Evite el aborto, hágalo por el orto.
La única iglesia que ilumina es la que arde.
El Mercurio miente.
Ni perdón ni olvido.
Hasta siempre compañera Gladys.
Ya no me hago en la cama…

Novela VIII

...Y aquí va otro poco...
Treinta y dos.
Placer y nostalgia me provoca el verte vestir. Placer al descubrir cada vez nuevas facetas en la exquisita relación que estableces con tu cuerpo. Nostalgia, pues significa que ya te vas, privándome de ese placer y de todos los demás que de él se desprenden.

Treinta y tres.
Cuento: Érase una vez… TÚ…
Etcétera.

Treinta y cuatro.
Me es muy difícil tratar de no pensar en por qué alguien que disfruta tanto de la piel prefiere el amor por correspondencia… pero hay que aprender a no meter la nariz donde no corresponde hacerlo.

Treinta y cinco.
“Tú y yo vivíamos encima de una discoteca, todas las noches se quejaban los de la discoteca porque hacíamos mucho ruido…” J. Sabina, casi.

Treinta y seis.
… y aunque todavía no es domingo, ya empiezo a sentir sus influencias.

Treinta y siete.
Cuento: Érase una vez… YO…
Mierda, ¡qué fácil es ver la paja en el ojo ajeno!

martes, 2 de octubre de 2007

Novela VII

... y otro poco más...
Veintiséis.
Los días y las semanas pasan y los encuentros se suceden uno tras otro. Ya casi es sábado y ni siquiera noté cómo pasó el último domingo. Mérito tuyo. Tuyo y de ese cuerpo que luces orgullosa, y que reclama a gritos por mis manos cada vez que lo traes cerca mío.

Veintisiete.
La noche avanza, pero mis sueños se quedaron atrapados y enmarañados en tu recuerdo: tu cuerpo es lo único que veo cada vez que cierro los ojos.

Veintiocho.
Sentado en las vísperas de algo que no sé bien qué es, pienso y las ideas se me empañan. Intento asumir una postura en algo en lo que ni siquiera tengo claro si me corresponde hacerlo. Hace algunas horas me tiré en la cama para dormir y tranquilizar tu imagen que va y viene todo el tiempo, pero el teléfono sonó con una invitación a comer y ya no pude seguir evadiéndome de mí. La comida quedó pendiente y también el intento de dormir, y ahora, mientras destapo la tercera cerveza, prendo el computador y me siento a vaciarme en esta especie de bitácora en la que busco refugio de tanto en tanto…
Escribo lo que pienso, aunque sin pensar muy bien lo que escribo, y lleno otro vaso, y carajo…

Veintinueve.
Eres la dueña de: un cuerpo cinco estrellas; una boca full equipo; unos ojos de mil watts; unas manos de otro mundo y la pasión de una pantera. Y yo apenas me tengo a mí mismo.

Treinta.
Treinta. Ya cumplí treinta. O al menos ya comencé a celebrarlo. Salud.

Treinta y uno.
Otra vez suena el teléfono, pero ya no desperté…