domingo, 4 de noviembre de 2007

Novela XI

Cincuenta.
Luego de una noche de cervezas y amor, te veo desde atrás, enroscada sobre la silla, sentada en mi escritorio, trabajando frente al computador. El café frente a ti, el cigarro entre los dedos. Trabajar juntos resulta ser un mal negocio, pero un excelente afrodisíaco. La tentación de tu cuerpo es constante; el deseo, permanente. Nuestras miradas se cruzan a cada tanto, y luego el sonreírnos y besarnos parece ser una sola cosa. Y los besos nos invitan a despojarnos de la ropa… y nunca hemos sido buenos para rechazar este tipo de invitaciones. Del computador a las sábanas y vuelta al computador… y otra vez a las sábanas… y otra vez… y otra… y una más.

Cincuenta y uno.
Sábado en la noche. Cansado. Agotado. Exhausto. Fue un día de rock and roll desde muy temprano: correr, subir y bajar escaleras, y los golpes en la batería que se escuchaban por todo el parque forestal. A media tarde, el oasis de tu cuerpo, después del chapsui y el café, me rescata por un par de horas del ajetreo del día. Pero a esta hora, ya te has llevado tu cuerpo a cumplir con los deberes que van más allá de la carne, y yo he vuelto a casa, muy cansado para el carrete de día sábado, pero no tanto como para dormir. Entonces, el boliche del lado me provee de una buena ración de sushi, la botillería del frente aporta con coca cola y una bolsa de hielo y de mi refrigerador saco el ron que lleva varios días helándose. Enciendo el computador y reincido en esta bitácora que por algunas semanas he mantenido a medio vapor.

Cincuenta y dos.
Digo sábado en la noche como una estrategia para no decir que ya comenzó el domingo.