miércoles, 14 de noviembre de 2007

Novela XIII

Cincuenta y seis.
No. No vuelan. Pudo haber sido una ilusión óptica. O fuegos de artificio. O un ovni que no encontró nada mejor que camuflarse con la forma de una vaca voladora. O probablemente haya sido yo, que de tanto asomarme a la ventana terminé por convencerme de que las había visto…

Cincuenta y siete.


Cincuenta y ocho.
Tengo tus ojos mirando en los míos, clavados, leyéndome. Nuevamente pienso en lo increíble que es el que estés aquí. Huelo mis manos y siento tu olor. Jugar con fuego quema, y ahora siento todo el infierno alrededor. Vuelvo a Roma, vuelvo a Troya, pero no como lo conocimos juntos, esta vez es distinto. Esta vez duele. Pienso en los roles que uno asume en la vida, y siempre supe cuál era el que yo estaba asumiendo. Pero en el camino todo mutó. El camino nos hizo ser parte de un nuevo fuego, uno compartido, uno cuya quemadura se agradecía. Pero es inevitable que mientras me abrazas me sienta abrasado… Y otra vez el teléfono…

Cincuenta y nueve.
El olvido es un arte del que pocos tienen capacidad. Si te miras en un espejo, es como si te vieras en todos al mismo tiempo, y si te ves, es porque aún respiras. Y si respiras, ya sabes lo que se te viene. A veces el olvido es una necesidad. A veces se hace necesario que alguien invente la cápsula para el olvido selectivo, una cápsula que te permita escoger algo para que nunca haya pasado. O al menos para no recordarlo, que es casi lo mismo. O quizás un mouse que se conecte a tu cerebro y te permita mandar al tacho de la basura aquello que te está incomodando. Y luego haces clic en “vaciar papelera de reciclaje” y ya está, asunto borrado, asunto solucionado.
Pero la certeza de un mundo basado en el E=mc2 indica que esto no es posible. Si algo te molesta, lo solucionas o te jodes. No hay más.
…Entonces que alguien invente un manual de soluciones para todos los posibles casos de indigestión cerebral.
Por ahora, a beber.