viernes, 16 de noviembre de 2007

Novela XIV

Sesenta.
Entre tanta cerveza y ron de anoche, olvidé que había puesto el teléfono en silencio. Varias llamadas perdidas y un mensaje de texto. Parece que no soy el único que se acostó y amaneció enrollado.

Sesenta y uno.
El mapa del amor y el deseo indican caminos que muchas veces no se encuentran. Las X, señales inequívocas del lugar en que se encuentra el tesoro buscado, en la mayoría de los casos se encuentran repartidas en momentos y espacios muy diferentes.
Cuando te vi, descubrí que tenías marcada a fuego la X del deseo. Perturbadoramente nítida. Irresistiblemente tentadora. Ya no estabas dibujada en un mapa, de pronto eras el mapa. Con fruición adolescente me lancé a descubrir los secretos escondidos en tu geografía, dispuesto a desenterrar el tesoro y a enterrarme en él.
En el camino empecé a descubrir nuevas y variadas X dibujándose en las sinuosidades del paisaje que ofrecía tu carne, distintos tesoros por conquistar. Y también me lancé detrás de ellos. Hay momentos en lo que me parece que voy acercándome a estos nuevos tesoros, pero siempre está el teléfono cerca para borrar de una pincelada el espejismo.
Ulises tardó diez años en regresar a Ítaca, y eso que conocía el camino. Yo, aunque lo intuyo, lo desconozco. Aún así voy en pos de la más preciada de las X que se dibujó sobre ti.

Sesenta y dos.
No quiero ser el avestruz. Frente a todo lo que está pasando, quiero ser el primero en enterarme.