lunes, 10 de diciembre de 2007

Novela XVI

Setenta.
- ¿Qué te pasa a ti con los domingos?
Siempre me han incomodado las preguntas a quemarropa. Me descolocan. Quizás es por eso que preparo el camino o espero el momento adecuado cuando el que va a preguntar soy yo, para que el aludido tenga tiempo de ponerse el blindaje y decida si quiere o no responder semejante incomodidad en la que oso meter la nariz... Que qué me pasa con los domingos (¿?)… Parece una pregunta fácil, sencilla, de esas que se responden con dos o tres frases livianas; pero no, no lo es.
Por supuesto respondí con dos o tres frases livianas, pero como casualmente hoy es domingo, la pregunta quedó haciendo eco durante todo el día. Ni siquiera yo sé muy bien lo que me pasa, y ahora, mientras me siento a esperar una respuesta que probablemente no llegue, vuelvo sobre el tema, y vuelvo a no encontrar nada más que una incómoda sensación.

Setenta y uno.
Corolario a un cuento:
Si los dinosaurios fueron barridos por el meteorito, ¿cómo es que el avestruz nunca se enteró?

Setenta y dos.
…No. La respuesta no llegó. Me voy a la cama intuyendo cuál será el comodín usado mañana… me asombra esa capacidad para reaccionar con tanta radicalidad frente a una relación y con tanta complacencia frente a otra… pero qué rayos, no es mi problema.

Setenta y tres.
Sentada frente a mí, me miras como si estuvieras inventándome, como si fuera apareciendo al mundo en la medida que tus ojos me ven. Primero me inventas la boca, luego la nariz y los ojos. Después inventas mi pelo, mis orejas y el resto de mi cara. Inventas mis brazos y mis manos. Cuando inventas mis pies puedo acercarme a ti. Entonces invento tu oreja y con la boca que me acabas de crear te susurro palabras de amor y sueños de futuro, mientras el resto de nuestros cuerpos se regocijan al descubrir nuevas e infinitas formas para reinventar el placer.

Setenta y cuatro.
En el baño, de pie, le paso la peineta al espejo intentando ordenar los pelos de ese que me mira cada vez que lo miro. Si le ordeno la melena, seguro sus ideas se pondrán en orden. Pero del otro lado todo es inútil, pues existe y se vive en un mundo inconcluso, regido por un dios triste que nunca aprendió a hablar...

Setenta y cinco.
Hace mucho que enmudecieron las voces que coreaban a Eugène Pottier. ¿Qué nos queda entonces? ¿Alguien sabe? ¿Quién cresta puede decirnos hacia dónde mirar y qué esperar?