sábado, 8 de septiembre de 2007

Herencia.

Mi madre y las cucarachas no se llevan, eso es un hecho, pero son como parte de su destino. Extraño castigo para una extraña falta, falta desconocida, pero que ha de existir, puesto que las cucarachas están en su vida, cada día, a cada hora, en cada lugar. Cada vez que abre una puerta debe respirar hondo y calmarse, pues sabe que detrás de ella más de alguna cucaracha estará lista para recibirla. Mi madre observa ininterrumpidamente desde el comienzo del reino hasta el final del reino, siempre de un lado para el otro, buscando a los acechantes insectos. Mueve la cabeza de un lado para el otro en busca de los ilegales que a diario cruzan la frontera de su privacidad, como llama ella a esos escasos momentos en que las cucarachas no la invaden.

Mi madre ha leído mucho sobre este mal en numerosos semanarios y publicaciones medicinales o parasicológicas, ha visto los programas en la televisión en donde un número siempre variable de profesionales tratan de arreglarle la vida a personas como ella, incluso una vez llamó por teléfono a uno de esos programas y el profesional de turno se rió mucho de ella. No volvió a llamar, pero sigue viéndolos a diario con la esperanza de que aparezca alguien con un caso similar al suyo, por último para no sentir que lo de ella es una maldición. Dice que no le importaría tanto si hubiera alguien más con un castigo semejante, dice que no es necesario que también lo persigan cucarachas, dice que si son arañas o alacranes le serviría lo mismo, dice que lo importante sería no sentirse tan extrañamente única.

Yo quiero a mi madre, pero desde pequeña se me generaba una especie de resentimiento, una especie de temor cuando veía que ella se acercaba para hacerme cariño o para besar mi mejilla. Me daba pavor que me contagiara su mal, me aterraba pensar que junto con sus demostraciones de afecto me hiciera heredera de ese extraño tropismo que genera en las cucarachas. Entonces me arrancaba y me escondía. Después, cuando ya estaba lejos, me sentía culpable.

Otras veces, cuando me despertaba en las noches perturbada por el sonido de la marcha de las cucarachas hacia la cama de mi madre, apretaba los ojos muy fuerte y deseaba que se muriera, que ya no estuviera más en mi casa, que se fuera lejos.

Pero hay cosas que se heredan desde la cuna y cada intento de orden generará siempre un nuevo desorden. Lo supe a los once años, aquella noche en la que ya no soporté más convivir con esos animalejos que mi madre atraía. Esa noche me levanté a hurtadillas, hice un bolso con ropa y salí de casa decidida a no volver jamás. Caminé a oscuras durante un tiempo que no sé precisar, pero creo que fueron horas. Cuando comenzó a amanecer supuse que ya estaría lo suficientemente lejos de mi madre y su mal, entonces decidí descansar. Mi sorpresa y desilusión fueron enormes al ver que al menos la mitad de las cucarachas de mamá estaban ahí, conmigo. Cuando comprendí quién era yo, lloré por largo rato, luego volví a casa y besé a mi madre por primera vez en muchos años.

De aquello ha pasado largo tiempo, pero hoy, cuando mi hija no despertó en su cama y apareció a media mañana abrazándome y besándome recordé a mi madre. Mi hija no dijo nada, sólo me entregó un papel en el que estaba escrito lo siguiente:

“Mi madre y las cucarachas no se llevan…”
(Este texto formó parte de una intervención a partir del cuadro "La lectura", realizada hace casi un año en el Museo Nacional de Bellas Artes.)

Novela IV

Para los aparecidos, un consejo: empiecen a leer por el principio......
Pal resto, sigan posteando.......
Doce.
“Se han visto vacas volando”, me dijo hace un par de días una amiga. “Yo aún no veo ninguna”, cerré la conversación. Sin embargo, después de eso me he visto en tres o cuatro oportunidades asomado por mi ventana escudriñando el cielo y aunque todavía no las veo, empiezo a creer que aparecerán.

Trece.
El chocolate, ¿con almendras?

Catorce.
3:29 am y hace un rato que empezó el día sábado. Vengo entrando a la casa con algunas cervezas extras. Un amigo me contó la historia del hombre con frío, una linda historia, de esas que todos hemos escuchado en algún bar cuando andamos dispuestos a abrir los oídos, de esas historias que tienen vocación de espejos de feria y que nos devuelven nuestra imagen un poco distorsionada, pero nuestra imagen al fin y al cabo…

Quince.
Tántalo homenajeó a los dioses dándoles de comer la carne de su propio hijo, desatino que le pesará por toda la eternidad. Condenado por Zeus, Tántalo cuelga de un árbol frutal que crece sobre una laguna en medio del Hades, atormentado por hambre eterna entre la fruta y sed sobre el agua.
9:25 am, despierto con hambre y sediento. Y mientras más me emborracho de beberte, más crece la sed…